Según un estudio de la Academia Española de Dermatología, en los últimos veinte años se han multiplicado por diez el número de personas con cáncer de piel, lo que no impide que un 31% de los españoles reconozca que sigue tomando el sol en las horas de máximo peligro.

Además, seis de cada diez españoles siguen sin conocer cuál es su fototipo y no utilizan la protección adecuada, y muchos, cuando ya están morenos, dejan de ponerse cremas pensando que ya no corren peligro de quemarse.

Aunque cada vez hay más conocimiento de los riesgos de tomar el sol sin protección y en las horas centrales del día, la moda del bronceado está demasiado arraigada en la sociedad occidental y llega a provocar patologías como la tanorexia.

La tanorexia (o adicción al bronceado), es la necesidad obsesiva de una persona para lograr un tono de piel más oscuro, ya sea tomando el sol o en cabinas de rayos UV. Las personas que sufren este síndrome se ven siempre mucho menos morenas de lo que están en realidad, por lo que para ellos, nunca es suficiente.

La obsesión por estar moreno y aprovechar cualquier ocasión para ponerse al sol o para acudir a cabinas solares de UVA ha aumentado en los últimos años. A pesar de que, por norma general, es más frecuente en mujeres, se está detectando un incremento entre los adolescentes de 14 y 15 años de ambos sexos.

Que nos guste tomar el sol tiene una explicación lógica: cuando se toma el sol, nuestro cerebro segrega endorfinas, neurotransmisores opioides (su nombre deriva del hecho de que producen los mismos efectos que los analgésicos derivados del opio) que se producen de forma natural y son los responsables de nuestra sensación de placer o de felicidad.

Segregamos endorfinas cuando reímos, cuando hacemos deporte, nos enamoramos o comemos chocolate, por ejemplo.

En los afectados de tanorexia, esta experiencia placentera es la causa principal de su inclinación a los rayos ultravioleta, como sucede con cualquier otra droga, según sugería un estudio realizado por la Universidad Wake Forest (EE.UU.) en 2006.

Disgusto con el color de la piel (por muy bronceado que se esté), ansiedad ante la imposibilidad de tomar el sol y bronceado extremo, junto con envejecimiento precoz de la piel, son otras de las manifestaciones de estos adictos.

Estas personas, a menudo, frecuentan las cabinas de rayos UVA, donde una sesión equivale a un día entero de sol.

Igual que los que padecen vigorexia no creen que su cuerpo haya alcanzado el grado de musculación adecuado, o aquellos con anorexia que se siguen viendo gordos a pesar de estar delgados en extremo, el adicto al sol tiene una imagen totalmente distorsionada de sí mismo, conocido como trastorno dismórfico corporal.

A todos nos gusta el sol, es cierto, pero debemos tener mucho cuidado, protegernos debidamente siempre y tomarlo con moderación. Un placer puede llegar a convertirse en un grave peligro sin darnos cuenta.









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